En un mundo donde las redes
sociales juegan un papel crucial en las relaciones personales, nace una
realidad paralela sin normas, insignificantes restricciones y con la
posibilidad del anonimato. Las personas adquieren diferentes personalidades a
causa de las infinitas posibilidades brindadas por el internet y el nombre con
el que fuimos bautizados no nos define más, ahora somos un usuario, una arroba
(@).
Podemos ser quien queramos, un
gran empresario o una niña inocente de tan sólo 12 años, no nos exigen
comprobar que realmente lo seamos, no exigen ningún documento de identificación
o una referencia personal, cualquiera con wi-fi, automáticamente puede
establecer una conversación con alguien dispuesto a encontrar un nuevo amigo, subir
contenido a la red y descargar otro, no hay límites.
Debido a esto, las personas se
sienten “libres”, salen a relucir ciertas actitudes que difícilmente podrían llevar
a cabo en la vida real, el coqueteo se ha vuelto más sencillo y las emociones se
han reducido a emoticones, tres monitos pueden expresar todo el sentir humano,
por otra parte, también hacer daño y manifestar odio es más fácil gracias a la
simpleza cibernética, la frontera establecida bajo el respeto no tiene
importancia alguna, lo moralmente incorrecto no existe.
El anonimato le ofrece al
individuo un escudo y una espada con el que puede hacer lo que le plazca,
insultar a mi enemigo, ridiculizar a mi oponente o torturar al indefenso parece
ser válido en el internet. Plataformas como Ask.fm, bastante popular en cierta época
de mi vida, puede llegar a ser realmente peligrosas, “preguntar anónimamente”
significa “acá usted puede decir todo lo que seguramente no le diría a esta
persona si la tuviera al frente suyo”, y una falsa valentía impulsaba a las
personas para descargar odio, insultar y atacar a una persona es cuestión de
presionar enter.
En el documental visto en clase
evidencie esta “falsa valentía”. Por ejemplo: ¿Recuerdan a Clive Worth?, el minero
jubilado de 60 años que se ha acostado con más de 400 mujeres gracias a Facebook,
¿habría el logrado el mismo número sin este atajo virtual? ¿tendría el mismo
coraje en vida real? Me permitiré dudarlo, o Cameron Reilly ¿le hubiera dicho
de frente a la futura reina “vaca presumida”? No lo creo.
Pero las cosas pueden subirse de
todo, ¿Qué tan lejos puede llegar esta osadía ficticia? Todos hemos escuchado
los casos de bullying donde las redes sociales jugaron un importante rol, como
el de Anna Todd, una joven de 12 años que, sin pensar en las consecuencias, hizo
topless por webcam y fue sextorcionada, pues alguien realizo unos screenshot y decidió
sacarle provecho a la situación. El acosador termino subiendo las fotos a internet,
causándole un insoportable dolor a Anna por las burlas en su escuela y en las
redes sociales. A sus 15 años decidió suicidarse y registrar su historia en un
video. Posterior a esto, la historia se hizo viral, su escuela le hizo un homenaje
y demás cosas que no le devolverán la vida a Anna. Lo que me lleva a
preguntarme ¿Eran conscientes estas personas del daño que hacían? ¿Estar tras
una pantalla les otorga tanta “seguridad” que son capaces de agraviar a esta chica
sin detenerse a pensar en el verdadero efecto de sus ofensas?
En la red somos otra persona,
somos más atrevidos, tomamos riesgos, nos tiene sin cuidado lo que pueda
ocurrir luego, al fin y al cabo, dando clic en la x de la esquina superior
derecha se acaba el rollo, cerrando sesión ya no estoy, eliminando de amigos o
dando unfolow desaparece esa persona para mí. Nuestra personalidad de altera,
nuestra confianza se incrementa al mismo tiempo que el número de seguidores que
tengamos y cuantos “me gusta” obtenga nuestra foto, nos permitimos definirnos
por medio de números y las paginas a las que le damos like. En internet no somos
nosotros, somos lo que queremos ser y lo que creemos que la gente quiere que
seamos, podemos mostrar un instinto animal destructivo o una bondad desbordada,
dependiendo del contexto virtual y el usuario con el que se esté en el mismo,
porque puedo ser Sergio Martínez en Facebook al mismo tiempo que soy “@tumachocaliente”
en latinchat, dos mundos diferentes separados únicamente por ventanas del
navegador.
Pero bueno, en verdad estas son tonterías,
a nadie afecta que el usuario de latinchat consiga una pareja. Pero cuando este
abanico de personalidades perturba significativamente un escenario moral es
cuando me causa temor el poder del Internet.
Internet es una herramienta enorme y un arma de doble
filo, siento peligroso el uso que se le dé a esta y desconfió un cada vez un
poco más del discernimiento humano, la delgada línea entre el bien y el mal se
desvanece con más rapidez en este mundo digitalizado, la belleza se resume en
selfies y la diversión en fotos de comida y bellos paisajes mejorados con
filtros. Existe un mundo enorme llamado redes sociales, riesgoso pero
entretenido, lo suficientemente tentador como para que la mayoría, si no somos
todos, tengamos un perfil en Facebook y otras 4 redes sociales más, un lugar
que nos permite comunicar si estamos felices, tristes, en un bar, en tal ciudad
y con x personas, donde la inmediatez nos proporciona una dudosa cercanía con
nuestros amigos y familiares, facilitando la comunicación.
Personalmente, sin dejar de lado mi realidad virtual, le
apuesto a las relaciones reales, sin un “visto” o un “azul”, con besos reales y
no emoticones de labios, con recuerdos que superan las fotos, con amigos
verdaderos, de los que están ahí sin necesidad de un “en línea”. Le apuesto a
las lágrimas reales y no a un estado en Facebook, a luchas reales y no un “me
enfurece”. Porque el momento va a estar
ahí, siempre, conmigo, así no publique una historia en Snapchat.
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